Por Dilian Francisca Toro Torres
Del campo aprendí muchas cosas. Entre ellas, la paciencia, y a entender que todo en la vida tiene un proceso para que rinda sus frutos. Por eso, siempre he tenido un especial afecto por el sector rural y por quienes lo trabajan. Me refiero por supuesto a los campesinos, cuyo día nacional se celebró el pasado 2 de junio, una comunidad que representa a más de 15 millones de colombianos y con la cual tenemos una profunda deuda social.
Y es que la realidad cotidiana de nuestro campesinado está impactada por factores como los altos costos de los insumos agrícolas, la mala condición de la infraestructura vial, las dificultades para el acceso a créditos, la falta de programas para la comercialización, además de la ausencia del Estado para apoyarlos en sus procesos productivos, de tecnificación y de educación pertinente. Esto, sumado a los efectos dejados por la pandemia y a las consecuencias cada vez más evidentes del cambio climático.
No podemos olvidar que el desarrollo económico del país depende en buena parte del bienestar del sector rural. Tengamos en cuenta que invertir en el sector agrícola tiene un efecto multiplicador en la economía, si se tiene en cuenta que cada peso invertido genera $2.18 en la cadena productiva y cada empleo agrícola significa 1.85 empleos.
Sin embargo, la consolidación del campo es uno de los retos que tenemos por alcanzar los colombianos. Según el Dane, el agro colombiano registró un decrecimiento del 1,9 %, un dato preocupante si tenemos en cuenta las expectativas que se tienen respecto a que este sector impulse el empleo y sea una alternativa frente a la exportación de hidrocarburos.
Precisamente, una de mis mayores preocupaciones ha estado centrada en mejorar las condiciones de vida de nuestros campesinos y fortalecer sus procesos productivos, para que además de beneficiarlos a ellos, se genere seguridad alimentaria para las regiones. Por eso, cuando asumí la Gobernación del Valle, creamos el Plan Integral Frutícola con el cual fortalecimos el sector del agro en la región a través de cinco frentes: enfoque social, planes de negocio, estrategias de comercialización, maquinarias e insumos agrícolas y administrativos.
En su primera etapa este programa benefició a 3.856 campesinos de 65 organizaciones en 29 municipios y logró incrementar en más de un 20% su producción y la calidad de sus productos. También, conseguimos 14 alianzas con grandes superficies comerciales y 5 asociaciones preparadas para exportar. Además, fueron dotadas de insumos y de maquinaria para sus cosechas y para generar valor agregado a sus productos. Para replicar el modelo, identificamos y capacitamos mediante diplomados a 253 multiplicadores. Por fortuna, esta iniciativa ha sido continuada por la actual Gobernación.
Pero nuestro interés por mejorar la calidad de vida de nuestros campesinos no para allí. Desde La U se tramita actualmente en el Congreso la ‘Ley de impulso al sector agropecuario’, la cual propone reconocer a los sectores agropecuarios y agroindustriales como una actividad de interés público y social. En el marco de esta iniciativa buscamos que nuestros campesinos se puedan convertir en empresarios del campo, fomentando la asociatividad para estimular la organización y formalización de su sector, una iniciativa que recoge el espíritu del programa que implementamos en el Valle del Cauca.
Así también, presentamos el proyecto de ley ‘Transformación agropecuaria’, que tiene entre sus propuestas la creación de la Agencia de Comercialización de Alimentos para la Seguridad Alimentaria; acompañamiento para establecer un Plan Estratégico de Producción Campesina y acceso a microcréditos segmentados dirigidos a las asociaciones campesinas. También, promueve el acceso de los campesinos a seguros agropecuarios, además de programas de infraestructura vial, en especial de vías terciarias; la apropiación digital, la innovación y la educación diferencial y pertinente para los jóvenes campesinos.
Con este tipo de propuestas es que vamos a poder saldar la deuda que tenemos con nuestros campesinos. Ellos son nobles como la tierra que cosechan y amables como los frutos que le entrega. Por eso, lo bueno de fortalecer su labor es que además de contribuir al desarrollo sostenible, al mejoramiento del medio ambiente y la seguridad alimentaria, podremos combatir la pobreza, reducir las brechas sociales y avanzar en la transformación de una Colombia más justa, incluyente y en paz.