Clara Luz Roldán
Co directora del Partido de la U
En la tarde del sábado 7 de junio de 2025, mientras Miguel Uribe Turbay alzaba la voz en un acto político en Bogotá, se escucharon los disparos que pronto estremecerían a toda Colombia. El golpe no fue solo a su cuerpo: fue un atentado brutal contra nuestra democracia. Desde entonces, el país entero ha permanecido en vilo, con su estado de salud clasificado como de máxima gravedad y un pronóstico reservado.
Este ataque no solo nos recuerda viejos fantasmas. Nos confronta con una verdad incómoda: la violencia política nunca se ha ido del todo. La herida abierta por atentados pasados —Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Jaime Pardo Leal— sigue palpitando en nuestra historia reciente. A cada generación, Colombia parece pedirle un nuevo mártir.
Hoy, más que nunca, debemos rechazar con contundencia todo acto que atente contra la libre expresión, la participación política y la vida misma de quienes optan por servir desde lo público. Como nación, no podemos permitir que los fusiles sustituyan los argumentos.
Este atentado es más que un ataque personal contra Miguel Uribe Turbay. Es un golpe directo a las bases de la democracia colombiana, a nuestra institucionalidad, a la posibilidad de disentir sin temer por la vida. Un acto como este busca silenciar ideas a través del miedo, y no lo podemos tolerar.
El Partido de la U, del cual hago parte con compromiso profundo, ha condenado con total contundencia este acto de violencia. Nos solidarizamos con Miguel Uribe y su familia, y exigimos que se esclarezcan los hechos hasta las últimas consecuencias. Este no es momento para ambigüedades: cualquier atentado contra un líder político, venga de donde venga, es un atentado contra todos los colombianos.
Desde esta columna, elevo mi voz como mujer, como ciudadana, como exgobernadora del Valle del Cauca y como dirigente del Partido de la U, para pedir unidad y sensatez. Las campañas deben ser espacios de propuestas, no trincheras de guerra.
Las autoridades han anunciado medidas inmediatas: protección especial a candidatos, recompensa de 3.000 millones de pesos para dar con los responsables, y el refuerzo del esquema electoral. Pero esas acciones, necesarias, no bastan. Debemos ir más allá de las reacciones coyunturales y construir un blindaje institucional que no dependa de la urgencia, sino de la prevención.
Por ello, hacemos un llamado urgente a fortalecer los protocolos de seguridad para todos los candidatos, sin importar su ideología, a generar una narrativa política basada en el respeto, la empatía y la diferencia constructiva, a fomentar una cultura cívica que rechace todo acto de odio o intolerancia, incluso en redes sociales y medios.
Y más aún: proponemos desde ya la creación de un Pacto Nacional por la No Violencia Electoral, que una a todos los partidos, candidatos, instituciones y ciudadanos. Que las próximas elecciones sean un símbolo de madurez democrática, no una estadística de sangre.
Hoy, mientras Miguel Uribe lucha por su vida en una unidad de cuidados intensivos, millones de colombianos también libran una batalla silenciosa: la de mantener viva la fe en un país que se exprese sin miedo, donde la palabra no sea respondida con violencia, y donde disentir no cueste la vida. Su caso no debe convertirse en una trágica excepción que pronto olvidemos, sino en un punto de quiebre colectivo, un llamado urgente a iniciar una nueva etapa en nuestra historia política.
Que la esperanza no sea vista como ingenuidad, sino como una elección valiente. Una convicción profunda de que otro país es posible, si nos unimos para construirlo. Un país donde nadie más tenga que ser silenciado por pensar distinto, y donde cada vida, cada voz, y cada voto cuenten por igual.
Envío nuevamente mi mensaje de solidaridad con la familia de Miguel Uribe Turbay. Le encomendamos a Dios su salud y su recuperación, con la esperanza de que el milagro de su progresión se materialice. Dios y Colombia unida por Miguel en estos momentos.